lunes, 7 de julio de 2008

La cangreja ermitaña.


Esa soy yo.

Reconozco que me encanta la soledad, y la busco. Pero la disfruto con la misma intensidad que la compañía. Y reconozco que sí, que las tendencias ermitañas las llevo dentro, y los caparazones, y las tenazas...

Soy una mangoneanta del 15, me viene de raza, jeje, cualquiera les tosía a mis abuelas, tanto la paterna como la materna. Cada una con su evidente "matriarcado" a cuestas, sacaron adelante familiones de cinco y siete hermanos, respectivamente, en difíciles situaciones de postguerra, y con viudeces tempranas.

Afortunadamente de mi madre, la "gran ojo de águila", heredé la serenidad de espíritu que da poder abstraerse para emocionarse con la belleza, la paz, la música y en mi caso, la naturaleza. Además, heredé parte de los poderes visionarios de su "gran ojo", jeje, así que vaya mezcla no? Me evado a mi ermita, pero al tiempo no solo me entero de todo lo que ocurre, sino que además capto lo "evidente" por encima de lo "urgente"... así me va, solo me falta el cencerro para completar el cuadro, jeje.


Como ya hablamos de la lentitud, pues con un bagaje suficiente de vida en solitario, estudios, viajes y pisitos de "soltera", me embarqué unos años en el complicado y fascinante barco de la pareja, para, en los últimos cinco años, "rematar la faena" con tres embarazos, tres cesáreas, y tres cangrejitos.


Nunca sabré si las renombradas hormonas de todos estos procesos, si el haber llegado a la cuarentena, si el asumir que he dado vida a tres seres humanos, como diría Rosa Jové, de "especie altricial" (que necesita "al otro" para sobrevivir), o todo junto, que me encuentro en una volcánica parte de mi existencia.

Dice Rebeca Wild que una de las características de los hijos es darnos una "segunda" oportunidad para retomar la tarea de activar todos nuestros potenciales dormidos. Yo estoy plenamente de acuerdo, y en mí, personalmente, se ha cumplido este supuesto totalmente.

Nunca he estado más activa, con más energía, y más puertas abiertas al mar que desde que he tenido a mis chicos.


Esto no significa que todo sea fantástico a todas horas, hay momentos muy duros, no lo voy a negar. Dónde todo se pone en contra, dónde el cansancio hace brotar la tensión, dónde te sientes como el blanco de todos los malos humores, todas las rabietas, todos los arrebatos, y todas las tormentas marinas, con gran peligro de llegar a maremoto, jeje.


Pero todo amaina, y además, ¿quién teme un maremoto si domina la técnica de desaparecer bajo la arena hasta que una sonrisa, unos ojos, una caricia le saquen del "burato"? jeje...

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